Me parese que el concepto de territorio no es el mismo en una sociedad de recolectores o cazadores, que en una sociedad donde el principal medio de producción es la tierra, o en una sociedad que vive de las aduanas en las rutas comerciales que cruzan sus fronteras.
La ciudad de
Buenos Aires nació y vivió a la sombra de un puerto donde no había barcos nacionales, sino una aduana y un nutrido grupo de contrabandistas, algunos de los cuales tienen hoy calles que recuerdan sus nombres, ilustres gracias a la plata del
Alto Perú y las manufacturas
inglesas.
Sospecho que los humanos, como los demás primates, somos seres territoriales por naturaleza.
Yo me acabo de comprar una casa y soy muy celoso de los limites de mi propiedad, de mi territorio; al punto de hechar a baldasos a los gatos de un vecino o cortar las ramas de un árbol de otro vecino que violaba el límite fronterizo con mi fondo.
Otro asunto son los espacios comunes, de circulación e intercambio.
Y otro muy distinto son los espacios en disputa, donde la lucha de clases se hace patente. Las playas de
Mar del Plata, por ejemplo.
Hoy, ahora mismo, en la ocupación del
Parque indoamericano, la lucha de clases puede apreciarse en toda su crudeza material, sin símbolos ni interpretaciones, con sangre y balas de verdad; y con muertos, que son todos inmigrantes pobres que han venido a este país para que una nueva generación de oligarcas se enriquezca explotándolos; al punto de poder aspirar a que sus nombres estén, ilustres, en los nombres de las calles del futuro.